Del derecho al error
Una viuda solitaria tiene derecho a la felicidad. Nunca pidió nada, pues años de soledad la habían acostumbrado al ensordecedor tic-tac del reloj. Todo lo que necesitaba era un poco de simple calor humano. Una joven quería con desesperación que su mamá fuera feliz, tanto que le negó a su novio los pequeños placeres de la conexión humana. Pero el novio tenía grandes planes para la noche – después de todo, su serpiente de bolsillo no había cazado un conejito jugoso en demasiado tiempo. Esa noche, los deseos de los tres fueron cumplidos y nadie quedó insatisfecho. La mañana trajo, por supuesto, una tormenta tempestuosa – pero esa es una historia para otro momento…